Hay algunos datos de la actual enseñanza del diseño que cuando asoman su cabeza pueden resultar inquietantes:
a) La masificación o incluso la industrialización de las escuelas, antes destinadas a unos pocos y hoy convertidas en un nuevo rubro de negocios.
b) El descuido de los equipamientos propios del taller (¿qué es exactamente hoy un "taller de diseño"?) y en muchos casos su desaparición física, el adiós a su instrumental, a sus ceremonias y materiales.
c) La fragmentación o la inquietud de fronteras del diseño en cuanto disciplina. Surge hoy una mirada transversal que cruza campos muy diversos: economía, arte, tecnologías digitales, moda, ciudad, espectáculo, sociología, semiología, comunicación, historia, ecología…
d) Las naturales tensiones del diseño (cuya preocupación es la interfaz, es decir la forma de las cosas) con instituciones de corte universitario que tienden más al organigrama abstracto que a la práctica sensata.
e) La primacía burocrática de notas, diplomas y otros certificados, que los transforma en el único botín de la enseñanza institucionalizada, desplazando a la curiosidad, a la conversación, a la práctica compartida: es este un rasgo de carácter de los actuales sistemas pedagógicos (bien descritos por Ivan Illich). La virtud deja de tener interés, y muy a menudo lo que se predica poco tiene que ver con lo que se practica. Surgen metodologías de enseñanza temerosas, a la vez permisivas y autoritarias, renuentes a la diversidad y a todo aquello que comporte hacer crecer el poder por la vía de distribuirlo a los participantes.
f) Esta pérdida del sentido real de la educación (establecer un marco razonable de aprendizaje para personas deseosas de transformarse) termina por desconfigurar la naturaleza misma de los establecimientos, y facilita el acuñamiento -en fin- de un nuevo tipo de estudiante corrupto y funcional a la educación entendida como un ascensor económico o social, alumno que en su calidad de cliente presiona para que el sistema se vuelva también corrupto.
No es que estemos en una era de decadencia. Vivimos, más bien, un período de cambios. Sin darnos cuenta, estamos describiendo una curva, un giro, y es preciso reconocer que en este nuevo escenario mucho de lo que era funcional ya no lo es.
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