El tarifario es el opio de los diseñadores


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Si cuando salimos de la universidad o instituto nuestro mayor deseo es ponernos a ‘crear’, encontrar inspiración y volcar nuestro ‘arte’ sin mayores limitaciones, ante el primer presupuesto el mundo se nos viene abajo.
«¿Cuánto cobro?» «¿Habrá en algún lado una tabla que me diga cuánto cobrar?» Personalmente encuentro que los tarifarios no contemplan las diferencias desde las cuales cada diseñador trabaja ni tampoco las diferencias que cada proyecto implica.
Por ejemplo, si un diseñador considera que para un proyecto particular puede utilizar tipografías gratuitas y otro le ofrece al cliente diseñarlas él mismo, el valor sería otro (el valor como costo y el valor del producto terminado).
Parte del trabajo del diseñador es evaluar y generar un análisis de las necesidades de cada caso. Por lo tanto, una tabla con todas las variantes posibles sería tan complejo de hacer como de leer e interpretar y por lo tanto es una tarea impracticable. Existen tablas, pero reducen las variables a un punto absurdo. Les recomiendo no utilizarlas y en cambio, tomar como parte del aprendizaje de la práctica-en-el-mundo-real, la adaptación de los sistemas existentes a nuestras propias maneras de trabajar.

Uno de estos sistemas lo presenta Jorge Piazza en el último Newsletter de la udgba. Allí hace un análisis del contexto en el que se desenvuelve el diseñador y nos acerca su fórmula que se basa en el cálculo del Punto de equilibrio, tomando como referencia los valores de gestión externa, relacionados con el cliente y el proyecto en particular, y los de gestión interna, que tienen que ver con el funcionamiento de nuestro estudio (que puede ser, claro, unipersonal).

¿Pero dónde radica la tangibilidad del precio de un desarrollo de diseño? El diseñador vende soluciones. Estas soluciones lo convierten en una empresa de servicios y su servicio está medido por el tiempo y la estructura dedicada a tal fin. Esa estructura y ese tiempo aplicado sólo tienen razón de ser si el estudio está concebido como un negocio, lo cual significa pensarlo como empresa. Por más elemental que parezca el hecho de que dedicamos tiempo y estructura a armar un negocio, esto se suele contraponer a una característica muy propia del diseñador, que es la pasión. Uno de los mayores impedimentos para que un diseñador conciba su actividad como un negocio es su propia pasión por el diseño. Pasión que no debe desaparecer, pero que no puede traspasar los límites, atentando contra lo que es un negocio bien entendido.

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